miércoles, 16 de enero de 2013

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¿Qué tiene el viaje que a todos fascina?

Nada menos que la posibilidad de convertirse en otro y la seguridad de hacerse mejor.
Ya lo dicen los entendidos: Viajar es sinónimo de experiencia, de descubrimiento cultural y de apertura de miras.


Los que han nacido en provincias desean ir a la gran ciudad y ser estrellas.
Aquellos que han crecido rodeados de hormigón, ven en la villa una oportunidad de encontrarse con la Naturaleza, de disfrutar aire puro, de renacer.


Sí, el viaje es afecto al cambio de estado.
Los ánimos son otros, las esperanzas se renuevan y los majestuosos testimonios del pasado hacen empequeñecer las angustias del presente.


Se recomienda a las solteronas que se suelten las horquillas y emprendan un viaje de amor y exotismo.
Así, el crucero de Bette Davis en 'La Extraña Pasajera' o el paseo romano de Kate en 'Summertime'.
Esos periplos permiten conocer la vida, aceptarse por primera vez, respirar distinto.


Pero no sólo esperan placeres en nuestros destinos.
Los occidentales corren al Tercer Mundo en busca de expiación, vinculándose a las labores humanitarias.


Su mundo perfecto se pone del revés al presenciar el panorama de países nada agradables.
Lo exótico se troca en miseria. Y el alma se ve sacudida por ese viaje definitivo.


Los viajes pueden ser simbólicos.
Los personajes de Almodóvar toman trenes y se suben en aviones para reencontrarse con ciudades fatales y pueblos olvidados, en su incesante búsqueda de los sentimientos que jamás se resolvieron.


Las road-movies convierten el camino por la interminable carretera norteamericana en la radiografía interior de sus protagonistas.


Esos viajes en coche, a través de desiertos, gasolineras y ciudades de paso, se hacen detonante de dolorosas revelaciones y necesarias reconciliaciones.


En los aeropuertos, esperan los ociosos, los ejecutivos, los terroristas, las mulas, los fugitivos, los insaciables y todos los que quieren volver a casa.
En las estaciones de tren, viven los que se resisten a la despedida, los que agitan la mano, los que vuelven la mirada por última vez y los que se quedan solos, rodeados por el humo del ferrocarril.


Y también los que confían en un nuevo viaje. Porque nunca es tarde para comprar un billete.
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